Por Alberto H. Mottesi
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Evangelización es nuestra vocación suprema. Jesús les dijo a los pescadores: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” Mateo 4:19.
Su propia misión la definió así: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” Lucas 19:10.
Entonces les dijo a sus seguidores: “…Como me envió el Padre, así también yo os envío” Juan 20:21.
Qué bella la Palabra en Daniel 12:3: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”.
El erudito Matthew Henry dijo: “Para mí sería mayor felicidad ganar un alma para Cristo, que granjear montañas de oro para mí mismo”.
El amado David Brainerd, padre de las misiones, escribió: “No me importaba dónde y cómo vivía o cuáles eran los sacrificios que tenía que afrontar con tal de ganar almas para Cristo. Esto era el objeto de mis sueños mientras dormía y el primero de mis pensamientos al despertar”.
John Vassar fue un hombre lleno del fuego de la evangelización. Vivió en el estado de Nueva York. Él se llamaba a sí mismo “el perro del Buen Pastor”. “Mi negocio –decía– no es predicar, sino recorrer la montaña en busca de la oveja perdida”.
Se cuenta que John Vassar estando en Boston, visitó un elegante hotel y al entrar vió en el lobby a una mujer solitaria y le habló de Cristo. Más tarde el marido le preguntó a ella: “¿Qué hablabas con ese extraño?” “¡Oh! –dijo ella– Me preguntó si yo estaba segura de mi salvación. Si yo tenía a Cristo en mi corazón”. El marido molesto agregó: “Le habrás dicho que ¡qué le importaba!” La mujer le contestó: “Si hubieras visto su rostro, si hubieras escuchado su voz, te hubieras dado cuenta que sí le importaba”.
Hay muchas historias alrededor de la vida de este hombre.
También se cuenta que fue a un pueblo a ayudar a un pastor. El pastor lo condujo a la casa que lo hospedaría y antes de entrar le dijo: “En la otra cuadra vive el herrero del pueblo. Si le queda tiempo antes de irse, trate de hablar con él”. No había terminado el pastor sus palabras, cuando John dejaba sus maletas en el suelo, cruzaba la calle como una exhalación, entraba en la herrería y antes de diez minutos, entre las patas de los caballos, el herrero clamaba por salvación.
Durante esa semana John iba casa por casa hablando de Cristo. Una mujer dijo: “Si ese extraño golpea mi puerta y me habla de religión, le cierro la puerta en la cara”. John no sabía aquello. Golpeó esa puerta, empezó a hablar de Cristo y la mujer le cerró la puerta en el rostro. John no se quejó. No envió una carta de renuncia. Se sentó en el umbral junto a la puerta y comenzó a cantar el himno:
“Con lágrimas jamás podré mi deuda así pagar,
mi ser, Señor, te doy a Ti, pues más no puedo dar”.
Dos semanas después, en la iglesia del pueblo, antes de ser bautizada, la mujer en su testimonio dijo: “De los centenares de mensajes que escuché, ninguno traspasó mi corazón como las lágrimas de ese extranjero”.
¿Te importa la gente que no conoce al Señor? Tus vecinos, tus compañeros de trabajo, tus familiares que sin Cristo se perderán eternamente.
La diferencia la hace tener una PASIÓN.
Oramos para que esa pasión arda en tu corazón todos los días de tu vida. Jesucristo está buscando cristianos llenos del fuego de la evangelización.
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