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miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL FINAL DE TODO Y EL COMIENZO DE TODO


Por Alberto H. Mottesi

ALBERTO MOTTESI EVANGELISTIC ASSOCIATION

“¿Sabes María?”, le dijo Pedro a su esposa, “¡Ya se está acabando el año y siento que se me fue el tiempo, y no he hecho nada!” “Pues igual me siento yo” -replicó ella- “me da la impresión de que ahora los años pasan más rápido”. Él, entre bromas y en serio le dice: “Pero mujer, mírate al espejo, no son los años los que pasan, somos nosotros los que estamos pasando demasiado rápido a través de ellos”.

Esta reflexión hecha en casa de unos amigos, me puso a pensar también. Mi reflexión va en el sentido de que ¡ahora sí ya se está acabando el año! Pero, ¿saben algo?, yo no quiero preocuparme por lo que no he hecho. Quiero pensar en las oportunidades maravillosas que tengo por delante, los privilegios que se ofrecen en los años venideros, las puertas que se me abren para el futuro.

Yo sé que he dejado muchas huellas en los años del pasado. Estas huellas, para la gloria de Dios, han marcado el destino eterno de miles de personas. Yo los he visto desfilar debajo de lluvia, bajo un sol incandescente, en el frío y en el calor. Algunos con gran alegría, otros con sus rostros bañados en lágrimas, pero todos con una esperanza, con una fe y con una seguridad. Todos vinieron a enterrar sus pasados teñidos de pecados de todos los tamaños y colores, pero todos vinieron a recibir la resurrección de una nueva vida. Todos vinieron a nacer de nuevo.

Esto fue posible, no por mí, ni por los muchos colaboradores que trabajan a mi lado, sino por Aquel que es dueño del tiempo, de los años, de la historia: Jesús de Nazaret.

Yo no quisiera, mi amigo lector, que tú fueras la excepción. Yo te invito a que marques en el calendario de tu vida una fecha especial: hoy. Trae tu vida con todos los problemas que ella conlleva, con tus culpas, con tus dolores, con tus frustraciones, con tus pecados y ríndesela incondicionalmente a Jesucristo. Él quiere ser el Señor de tu tiempo, de tus circunstancias y de tu familia. Él tiene el poder para llevarte a un nuevo año y a una eternidad llenos de Su presencia, Su dirección y Su propósito.

Acéptalo ahora mismo como tu Señor y tu Salvador personal, y habrás entrado en una nueva dimensión de vida.

Es verdad: el tiempo no se detendrá y tú seguirás avanzando en edad; pero con Cristo, la vida te será buena y tu porción será Su paz.

jueves, 4 de noviembre de 2010

LA COSA MÁS GRANDE DE TODAS


Por Alberto H. Mottesi
ALBERTO MOTTESI EVANGELISTIC ASSOCIATION
Santa Ana, California.
Especial para elDiarioCristiano

Mis amigos, si yo les preguntara ¿cuál es la cosa más grande del mundo? obtendría diversas respuestas. Algunos de ustedes me dirían, “es la familia”; otros, “es la esposa amada”; otros, “la patria”; otros, “el ideal”; otros me dirían, “Dios”; otros me contestarían, “la salud”; otros, “la amistad”; otros, “la vida”; y aún otros responderían, “la muerte”.

En fin, que las respuestas serían variadas y numerosas. Pero hoy quiero mencionarles el versículo más grande de toda la Biblia. En el Evangelio de Juan, encontramos un versículo principal; un versículo cumbre; el texto que es resumen y epítome de este Libro grandioso.

Este verso es el número 16 del capítulo tercero; y dice así: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Es tan grande, tan hermoso, tan profundo, tan completo, que sería bueno que todos lo pudiéramos aprender de memoria.

Insisto, mis amigos, que este texto es el epítome de toda la Biblia. Resume en pocas palabras el mensaje completo. Dios, el ser más grande, amó, con el sentimiento más grande, al mundo, que es la multitud más grande, que dio, que es la acción más grande, a su Hijo unigénito Jesucristo, que es el don más grande, para que todo aquel que en él cree, la sencillez más grande y la oportunidad más grande, no se pierda, que es la salvación más grande, sino que tenga vida eterna, que es la bendición más grande.

Todo lo grande, como ustedes pueden ver mis amables amigos. Nada pequeño hay en Dios, ni en la oferta de Dios. Todo se hace en grande en el Reino del amor y del Espíritu. Y como lo afirma el Señor Jesucristo, todo se recibe por medio de la sencillez más grande: la fe en Cristo.

No es necesario hacer nada para ser salvo. No es necesario pagar nada. No es menester sacrificar nada. Ni siquiera es necesario tener alguna virtud. Todo lo que Dios pide es fe en Cristo. Fe en la obra de Cristo. Fe en el sacrificio de Cristo. Fe en la Palabra inalterable de Dios, que no falla nunca.

En estos tiempos se habla mucho de la grandeza del espacio; de la grandeza de la ciencia; de la grandeza del poder atómico, de la grandeza de la mente, de la grandeza de las redes informáticas.


No hay grandeza más grande que la de Dios, tal cual se manifestó en Cristo y Su obra grandiosa de salvación. “De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Ese “todo aquel”, te incluye también a ti.

jueves, 30 de septiembre de 2010

INCAPACIDAD


Por Alberto H. Mottesi
ALBERTO MOTTESI EVANGELISTIC ASSOCIATION
Santa Ana, California.
Especial para elDiarioCristiano


La mujer se llevó las manos a las sienes. La cabeza le dolía terriblemente. Sus cabellos estaban pegados. Había transpirado mucho y sentía un gran malestar. Las sienes le latían y ella sentía correr su sangre por todo su cuerpo. “¡Si llegara pronto Gustavo!”, dijo en un sollozo. “¡No aguanto más…!” Después se pasó la mano por el vientre. Un vientre enorme, hinchado al máximo, que se estremecía y temblaba. La mujer estaba próxima a dar a luz, se hallaba sola en la casa y no tenía manera de llamar a nadie.

El marido andaba lejos. Quizás con amigos. Quizás en casa de otra mujer, quizás… ¡qué importa! Lo importante era que él no estaba allí, al lado de su esposa, cuando ella se hallaba en su hora grave de dar a luz. Ella era una mujer delgada, demacrada, bella todavía, aún bajo los efectos de un doloroso embarazo, con una vida de privaciones y sufrimientos y un parto que se presentaba difícil.

La mujer sintió que las fuerzas la abandonaban, hizo un último desgarrador esfuerzo para dar a luz, pero su corazón se paró, sus ojos se pusieron vidriosos y exhaló el último suspiro. Cuando el hombre llegó ebrio a la casa a las cuatro de la mañana, la mujer y el niño, aún en el vientre, estaban muertos.

“Día de angustia, de reprensión y de blasfemia en este día; porque los hijos han llegado hasta el punto de nacer, y la que da a luz no tiene fuerzas” (Isaías 37:3). Este es un antiguo proverbio judío, un dicho que se usaba para expresar lo que era una imposibilidad, una acción que se trata y se frustra.

Este proverbio amargo estuvo en boca del rey Ezequías cuando el ejército sirio lo tenía cercado, el pueblo se desmoralizaba y la ciudad de Jerusalén parecía a punto de sucumbir. En la actualidad, se usa este proverbio para indicar la impotencia del ser humano para realizar algo verdaderamente bueno; la incapacidad de hacer el bien, de elevarse por encima de las miserias de la vida y obrar siempre con sabiduría, con justicia y con amor.

¿No estarás tú en tales condiciones, estimado lector? ¿No estarás hoy con deseos de regenerarte, de cambiar de vida, de librarte de ese vicio o zafarte de esa pasión? Y mientras deseas y ansías y anhelas y te afanas por lograrlo, y cuando estás a punto de hacerlo, ¿todo se te quiebra y te fracasa? “Los hijos han llegado al punto de nacer, pero la que pare no tiene fuerzas”.

Mi estimado amigo, ¡hay una fuerza superior a disposición tuya! Es Jesucristo. ¿Por qué no te entregas a Él y le recibes como tu Salvador y Señor?

La vida no es realmente vida sin Jesucristo. Hasta los mejores logros no tienen lo que esperábamos. ¡Ah! Pero qué diferencia con Jesucristo. Con Él sí alcanzamos lo que hemos anhelado, y la bendición es nuestra porción.

martes, 31 de agosto de 2010

ENREDOS CON EL MUNDO




Por Alberto H. Mottesi
ALBERTO MOTTESI EVANGELISTIC ASSOCIATION
Santa Ana, California.
Especial para elDiarioCristiano

¿Has visto la película Sansón y Dalila? Con toda su belleza fotográfica, sus espléndidos vestuarios y su despliegue de escenarios, ni se compara a la patética simpleza del relato bíblico. Sansón, el fuerte campeón israelita se había enamorado locamente de Dalila, la hermosa y seductora muchacha filistea. Y aquí cabe bien lo de “locamente”. Porque si bien todo amor ardiente tiene algo de locura, el de Sansón por Dalila colmaba la medida. Porque Sansón era hombre consagrado a Dios, hombre destinado a cumplir hazañas para Dios y lograr grandes victorias para Dios. Y Dalila, la simpática y cautivante Dalila, ¡pertenecía al pueblo enemigo!

Sansón se casó con ella y allí comenzaron sus problemas. Dalila le preguntaba en qué consistía su gran fuerza. Sansón le dijo: “Si me atan con siete mimbres verdes, perderé mi fuerza”. Dalila lo ató con siete mimbres verdes, pero Sansón seguía fuerte como un toro. Otra vez dijo Sansón: “Si me atan con siete cuerdas nuevas, seré débil”. Lo ataron con siete cuerdas nuevas, pero el campeón las rompió como si fueran hilos de estopa. Por tercera vez dijo Sansón: “Si tejes mis rulos junto con tu tela, quedaré debilitado”. Así lo hizo Dalila, pero Sansón rompió tela, telar y el corazón de Dalila… Y viéndola llorar tanto, le descubrió el secreto. “Si me cortan siete mechones de cabello, seré igual que cualquier otro hombre”. Sansón se durmió, y mientras dormía le cortaron siete mechones; y cuando él despertó y quiso defenderse, ¡pobre Sansón! No era más que un alfeñique quebradizo como caña.

Los filisteos lo maniataron, lo llevaron cautivo y le arrancaron los ojos. Así terminó la vida del hombre más fuerte de la Biblia.

Mis estimados amigos lectores, ¡así trabaja el pecado! Al principio se enreda suavemente, como con mimbres verdes. Luego el pecado se hace cuerda, soga, más fuerte, más oprimente. Después, ¡ah!, después ya son los pensamientos de la cabeza los que se entretejen con los pensamientos de Satanás, como los cabellos de Sansón, símbolo de su potencia, que se entretejieron con el telar de Dalila. Y después, ¿cuál es el final?

Así como los cabellos de Sansón fueron cortados, así nuestros sanos pensamientos, nuestras buenas ideas, nuestros conceptos espirituales, nuestras convicciones morales se esfuman y se pierden. ¿Y el resultado final? Total ceguera, debilidad, esclavitud y muerte, como en la historia bíblica de Sansón y Dalila.

Solamente caminando con Jesucristo y haciendo de Él nuestro Señor y Maestro es que nos libramos de la muerte por causa del pecado. La obra del pecado en nosotros es muy sutil. No nos damos cuenta, y paulatinamente nuestra vida y nuestra familia se van enredando, y cuando queremos salirnos de allí, ya es demasiado tarde. Solo en Jesucristo hay libertad, fuerza y esperanza. ¡Búscalo!

martes, 27 de julio de 2010

EL SILENCIO DE DIOS




Por Alberto H. Mottesi
ALBERTO MOTTESI EVANGELISTIC ASSOCIATION
Santa Ana, California.
Especial para elDiarioCristiano

En el formidable drama histórico “Jeremías” de Stefan Zweig, se describe la tragedia de Sedequías, el rey de Judá. Los enemigos lo tienen rodeado. Las tropas de Nabucodonosor sitian a Jerusalén. El hambre y la escasez se hacen sentir en la ciudad. La rebelión y el desaliento y la crítica cunden por todas partes.

Los consejeros de Sedequías, Pasur el Sacerdote, Hananías el profeta y el administrador, nada, sino malas noticias pueden darle. Cuando acude a ellos en busca de consejo y ayuda, ellos lo miran sin responderle nada, porque nada tienen. Entonces el despavorido rey eleva los ojos a Dios. Pero Dios permanece callado y en mutismo. Entonces, Stefan Zweig pone estas palabras en boca de Sedequías: “Terrible cosa es ser servidor de un Dios que siempre calla y cuya imagen nadie ha visto”.

Este era el Dios de Israel. Jehová el invisible. Jehová, el Dios sin imagen, porque no es materia. Jehová, el terrible, el exigente, el Santo. Jehová, que por momentos habla con voz de trueno, y por momentos, por largos momentos calla y no responde. Y que todavía sigue exigiendo fe y confianza, paciencia y obediencia.

Algo de la angustia del rey está estampada en el Salmo 83. Dicen así los primeros versículos: “Oh, Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza”.

Yo creo que todo ser humano creyente en Dios pasa por períodos en que su fe, no digo que falta, sino que flaquea. Momentos de sombras espirituales; momentos de desaliento y depresión; momentos en que el ánimo cae a los pies y el corazón flaquea. Es en estos momentos cuando el enemigo de nuestras vidas se aprovecha y trata de insuflar la duda, de desconectar de Dios, al alma; de apagar el espíritu.

Pero esas sombras pueden disiparse, esa depresión puede levantarse, esas dudas resolverse y esas flaquezas dar lugar a la fuerza y el ánimo. ¿Cómo?, te preguntarás. Confiando serena y tranquilamente en el Amor de Cristo. Leyendo y creyendo a la Biblia, la Palabra de Dios, te contesto.

Ya no estamos en los tiempos antiguos, cuando Dios callaba. Ahora Dios habla, está cerca, nos busca, nos llama, clama a grandes voces detrás de nosotros, y nos pide que regresemos a Él. Cristo, mi estimado amigo lector, es el Señor viviente, que te está llamando a ti.

Solo tienes que abrir Su Palabra, la Biblia y como torrente Su Voz te llenará el corazón. Tienes que doblar tus rodillas y tu orgullo, levantar tus manos a Él, y Él se acercará a tu vida. Debes ir a una congregación donde se exalte a Cristo como Señor y Su Palabra, la Biblia, como única norma de fe y conducta; y allí, Él también te hablará. Él sí quiere tener amistad contigo.



(Este mensaje fue predicado originalmente en el programa radial Un Momento con Alberto Mottesi transmitido diariamente en más de 2000 emisoras)



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lunes, 21 de junio de 2010


¿QUÉ ES VENCER?


Por Alberto H. Mottesi
Santa Ana, California.

Especial para El Diario Cristiano Digital


Vencer... ¡Cuánto nos gusta este verbo! Hay en todos nosotros el impulso a vencer. La victoria es un fruto dulce y apetecible. Pero, ¿qué es vencer? En la generalidad de las personas, la respuesta natural que surge a esta pregunta es la de dominar a otros, aun llegar a exterminarlos si es necesario. Es derramar sangre porque fuimos más fuertes o más hábiles que nuestro contrincante. Es dejar en la calle a quien le hicimos víctima de nuestra codicia desenfrenada. Mas no, eso no es vencer. Vencer no es dominar a otros, sino dominarnos a nosotros mismos. Vencer no es aplastar sino sobresalir. Vencer es dejar que toda nuestra capacidad de hacer el bien entre en función. Conseguir el expresarme a mí mismo, eso es vencer. Nadie vence porque otro haya sido derrotado.

Es indudable que en todo sentido vivimos en un mundo de luchas. ¿Qué hay que no lo hayamos obtenido a través de algún tipo de lucha? La lucha nos presenta el campo del desarrollo, del crecimiento, del perfeccionamiento. Casi siempre nuestros nobles esfuerzos tienen que conducirse entre fuerzas hostiles. Pero, si salimos avantes, hemos vencido. Nunca se triunfa afuera si primero no se venció adentro. Primero, toda victoria es de índole espiritual para después poder ser de índole material o social.

El Apóstol Juan hace una declaración de alcances tremendos. Dice él: “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. (1ra. Juan 5:4b)

La fe, la fe en Dios y en Su Palabra, es un arma poderosa. Sin fe, no hay batalla que no se pueda ganar. Y es que la fe nos une a la fuente de poder, que es Dios. Puedes notar, mi amigo, mi amiga que esta victoria está al alcance de todos cuantos quieran creer. No tienes que pagar nada; no tienes que viajar lejos; no tienes que hacer grandes sacrificios. Simplemente cree, y te colocarás en la plataforma del triunfo.

“Nuestra fe” nos hace vencer la ignorancia, la doctrina falsa, las tendencias de la carne y el pecado en todas sus formas. La fe es el ojo que mira lo que las tinieblas del presente esconden. La fe nos hace gigantes aun cuando somos pigmeos. Por la fe derribamos murallas, saltamos abismos, silenciamos a los enemigos, despejamos el camino y ascendemos a alturas de poder. Fe no es credulidad, ni fanatismo, ni superstición. Fe es asirse del Señor Jesucristo. Fe es depender de Dios. Fe es confianza en la Palabra divina.

¿Es tu vida una vida de derrota, de fracasos, de frustraciones? ¿O es una vida de triunfo, de avance, de optimismo? En un acto de fe, humíllate ante el Señor Jesucristo. Con Él a tu lado serás poderoso. ¿Quieres probarlo? Ahora mismo, cree en Cristo y hazlo tu Salvador y Señor.


(Este mensaje fue predicado originalmente en el programa radial Un Momento con Alberto Mottesi transmitido diariamente en más de 2000 emisoras)



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