Por Alberto H. Mottesi
El nombre de la ciudad significa Casa del Pan; me refiero a Belén, la preciosa, recordada y amada Belén.
Allí nació el personaje más extraordinario de la historia que influenció, como ningún otro, a más seres humanos en el mundo y determinó el curso de las naciones. Fue Él quien afirmó: “Yo soy el Pan de Vida”.
Aquella pequeña y hoy tumultuosa aldea de Belén se constituyó en el marco donde se levantó Quien saciaría el hambre y la sed de millones y millones de seres humanos.
En estos días de Navidad, Belén vuelve a nuestra memoria. Sin embargo, el tierno acontecimiento que allí sucedió es sólo una punta de la historia. Es imposible entender cabalmente la Navidad sin enlazarla con la otra punta de la historia: la muerte vicaria de Cristo en la Cruz del Calvario y Su poderosa resurrección. Belén no tiene ningún sentido sin la tumba vacía de aquella mañana gloriosa de resurrección.
Probablemente como nunca antes, el mundo necesita hoy Casas del Pan que compartan el Pan de Vida en uno de los momentos más difíciles de la historia. La violencia parece enraizada en nuestra cultura. Andrés Oppenheimer, periodista del The Miami Herald y analista político de CNN dice que “hoy es más peligroso caminar vestido de traje y corbata por las calles de Buenos Aires y México, que vestido de soldado americano por las calles de Bagdad”.
En una de nuestras cruzadas en México, la esposa de un pastor que fungió como consejera, atendió a una mujer que hizo profesión de fe. Creyó entender que la señora le estaba pidiendo oración por su marido. Comenzó a orar por la salvación del esposo cuando la mujer la interrumpió diciendo: “No, no le pido que ore por su salvación. Le pido que ore para que encontremos su cuerpo porque me acaban de enviar su cabeza”. ¿Qué nos está pasando?
La corrupción sigue siendo el personaje más importante en círculos políticos y de gobierno. Es un cáncer que enferma a nuestra cultura que comenzó basada en un cristianismo ceremonial y generó un espíritu de engaño.
Y qué terrible la situación de la familia. En mi país (Argentina) en 1974 el número de madres solteras era el 23%; en 1998 ya representaba el 33% de las madres, y hoy supera el 50%.
Y qué situación increíble estamos viviendo en cuanto a lo económico. ¡Cuánto lastima nuestro corazón ver a nuestra gente perdiendo sus casas, privando a sus hijos de cosas elementales para una buena nutrición y desarrollo de la vida!
Algo que descubrí en estos días estudiando la gran depresión de los años 30, es que durante la depresión las ofrendas a iglesias y ministerios crecieron. Humanamente hablando esto es incompresible pero aunque parezca algo extraño y loco, nos da paz descubrir que lo loco de Dios es más sabio que lo sabio de los hombres.
¿Seremos nosotros capaces de vivir en medio de estos días difíciles, con la integridad, entrega y compromiso que tuvieron nuestros padres en la fe? Ellos sí fueron Casas del Pan.
Como nunca antes, nuestras comunidades necesitan que cada cristiano sea una Casa del Pan. Urge dar el Pan de Vida a la gente que nos rodea.
Propongo hacer de esta Navidad, la Navidad más misionera y evangelística de toda nuestra historia. Vayamos a visitar a los presos en las cárceles. Vayamos a las salas de hospitales. Hagamos regalos, aunque pequeños, a nuestros vecinos. Abracemos a cuanta gente podamos; demos los besos más puros; los saludos más cálidos.
¡Llenemos el corazón vacío de la gente con el Pan de Vida!
Él dijo, “el que a mí viene, nunca tendrá hambre; el que en mí cree, nunca tendrá sed; el que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva”. Para nuestras personales necesidades vayamos confiadamente al Señor Jesucristo. Él saciará y llenará de profunda paz nuestra vida y nuestras familias. ¡Bendito Pan de Vida!