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jueves, 30 de septiembre de 2010

INCAPACIDAD


Por Alberto H. Mottesi
ALBERTO MOTTESI EVANGELISTIC ASSOCIATION
Santa Ana, California.
Especial para elDiarioCristiano


La mujer se llevó las manos a las sienes. La cabeza le dolía terriblemente. Sus cabellos estaban pegados. Había transpirado mucho y sentía un gran malestar. Las sienes le latían y ella sentía correr su sangre por todo su cuerpo. “¡Si llegara pronto Gustavo!”, dijo en un sollozo. “¡No aguanto más…!” Después se pasó la mano por el vientre. Un vientre enorme, hinchado al máximo, que se estremecía y temblaba. La mujer estaba próxima a dar a luz, se hallaba sola en la casa y no tenía manera de llamar a nadie.

El marido andaba lejos. Quizás con amigos. Quizás en casa de otra mujer, quizás… ¡qué importa! Lo importante era que él no estaba allí, al lado de su esposa, cuando ella se hallaba en su hora grave de dar a luz. Ella era una mujer delgada, demacrada, bella todavía, aún bajo los efectos de un doloroso embarazo, con una vida de privaciones y sufrimientos y un parto que se presentaba difícil.

La mujer sintió que las fuerzas la abandonaban, hizo un último desgarrador esfuerzo para dar a luz, pero su corazón se paró, sus ojos se pusieron vidriosos y exhaló el último suspiro. Cuando el hombre llegó ebrio a la casa a las cuatro de la mañana, la mujer y el niño, aún en el vientre, estaban muertos.

“Día de angustia, de reprensión y de blasfemia en este día; porque los hijos han llegado hasta el punto de nacer, y la que da a luz no tiene fuerzas” (Isaías 37:3). Este es un antiguo proverbio judío, un dicho que se usaba para expresar lo que era una imposibilidad, una acción que se trata y se frustra.

Este proverbio amargo estuvo en boca del rey Ezequías cuando el ejército sirio lo tenía cercado, el pueblo se desmoralizaba y la ciudad de Jerusalén parecía a punto de sucumbir. En la actualidad, se usa este proverbio para indicar la impotencia del ser humano para realizar algo verdaderamente bueno; la incapacidad de hacer el bien, de elevarse por encima de las miserias de la vida y obrar siempre con sabiduría, con justicia y con amor.

¿No estarás tú en tales condiciones, estimado lector? ¿No estarás hoy con deseos de regenerarte, de cambiar de vida, de librarte de ese vicio o zafarte de esa pasión? Y mientras deseas y ansías y anhelas y te afanas por lograrlo, y cuando estás a punto de hacerlo, ¿todo se te quiebra y te fracasa? “Los hijos han llegado al punto de nacer, pero la que pare no tiene fuerzas”.

Mi estimado amigo, ¡hay una fuerza superior a disposición tuya! Es Jesucristo. ¿Por qué no te entregas a Él y le recibes como tu Salvador y Señor?

La vida no es realmente vida sin Jesucristo. Hasta los mejores logros no tienen lo que esperábamos. ¡Ah! Pero qué diferencia con Jesucristo. Con Él sí alcanzamos lo que hemos anhelado, y la bendición es nuestra porción.